Un roble llamado Fidel
Dax Toscano Segovia
Fue en la década de los 80 que conocí a Fidel. Lo hice gracias a mi padre. Siempre me relató cosas hermosas sobre Cuba, aunque él, en ese entonces, no había viajado todavía a la Perla del Caribe. Fue mi padre quien me inspiró ese amor profundo que siento por Cuba, su revolución y por Fidel.
La música fue el instrumento para acercarme más a la Revolución cubana y sus líderes. Las canciones de Quilapayún, Intillimani, Víctor Jara, Alí Primera, Silvio Rodríguez, Carlos Puebla, fueron fundamentales en ese sentido. Todo en discos de acetato, que luego pasaba a casetes.
La letra de la canción “Y en eso llegó Fidel” del “cantor de la revolución” me impactó mucho:
Aquí pensaban seguir
ganando el ciento por ciento
con casas de apartamentos
y echar al pueblo a sufrir
Y seguir de modo cruel
contra el pueblo conspirando
para seguirlo explotando...
y en eso llegó Fidel
Se acabó la diversión,
llegó el Comandante
y mandó a parar
En casa de mi padre, mi casa también en ese entonces, había literatura revolucionaria.
Las obras del Che, en nueve tomos, en una edición un poco rústica, a excepción de los tres primeros volúmenes, mejor trabajados, ocuparon un sitio preferencial en mi librero. El tomo tres, el “Diario del Che en Bolivia”, lo leí con pasión. Igual “La Guerra de Guerrrillas” y “El Mensaje a los pueblos del Mundo a través de la Tricontinental”, así como las diversas cartas del “Guerrillero Heroico”.
Esos fueron mis primeros encuentros literarios con el Che y con Fidel.
Más adelante leí con entusiasmo la entrevista de Frei Betto al Comandante en Jefe, titulada “Fidel y la Religión” y luego la que le hiciera Tomás Borge, la cual se publicó con el título “Un grano de maíz”.
Recuerdo que de niño, en el patio de la casa, jugaba con una pelota al fútbol o simplemente la lanzaba contra la pared. Mi contrincante imaginario siempre era EEUU y yo la selección de Cuba. Eran encuentros complicados, pero siempre Cuba derrotaba a su contrincante. Me imaginaba en ese entonces conocer la Patria de Fidel a la cual yo ya la llevaba en mi corazón.
En esa época se decían un sinnúmero de mentiras sobre Fidel y la Revolución Cubana. Hoy continúan las falsificaciones, aunque las personas conocen un poco más la realidad de la “Perla del Caribe”. Tengo en mi memoria las imágenes emitidas por un canal de la televisión ecuatoriana, dueño de banqueros en ese momento, llamado “Telecentro”, que transmitió un programa contrario a Fidel, seguramente producido en los EEUU, en el que se hablaba que en Cuba había un régimen represivo, donde la figura de Fidel era omnipresente, puesto que el culto a la personalidad era una de las características de ese proceso.
Así intoxicaban, y lo siguen haciendo, la mente de las personas contra la Revolución Cubana.
Yo buscaba asiduamente todo lo relacionado con Cuba. Mi padre, siempre pendiente de mí en mis primeros años, me regaló en mi cumpleaños un póster del Che. Fue un lindo detalle. También tenía un afiche con varias imágenes de Cuba en pequeños dibujos, entre los que sobresalían José Martí, la bandera y el escudo de Cuba, así como un soldado mambí. En la pared de la entrada a mi cuarto estaba colocado un póster grande con la imagen del rostro sonriente de Fidel. Sentía una emoción plena en aquellos años arreglando mi cuarto con aquellos posters. Era mi admiración sincera por lo que representaban políticamente esos hombres imprescindibles, mas no un culto vacío a la imagen.
A finales de los ochenta, los medios difundieron la noticia de un caso de corrupción en Cuba. Recuerdo ese lamentable hecho en el que estuvieron involucrados generales del ejército cubano, como Arnaldo Ochoa, héroe de la república. El narcotráfico y sus millones había corroído la moral revolucionaria de algunas personas, lo cual puso en riesgo la credibilidad de la Revolución Cubana. Seguí con detenimiento ese proceso y vi a Fidel muy golpeado por lo sucedido, pero jamás doblegado. Mi respeto por él fue in crescendo.
Mi interés por Fidel era constante. Cada imagen suya que aparecía en la televisión me provocaba mucha emoción. Siempre estaba pendiente de que esté bien. Era como un padre a la distancia de quien uno se preocupa y anhela que nada malo le suceda. Me angustiaba cuando sabía de sus viajes fuera de Cuba, puesto que los terroristas con sede en Miami, auspiciados por los gobiernos de EEUU y las mafias contrarrevolucionarias, querían asesinarlo.
Recuerdo cuando inauguró los XI Juegos Panamericanos, celebrados en La Habana en 1984. La felicidad del Comandante en una de las competiciones, gritando a favor de un deportista cubano que ganó la presea dorada, lo hacía ver en su dimensión humana. También me acuerdo cuando Juan Pablo II visitó Cuba en 1998. Vi a Fidel mal de salud, me preocupó mucho eso porque no se sabía de él desde hace mucho tiempo.
Confieso que muchas veces me dejé impresionar por las noticias que hablaban de su muerte. Lloré en muchas ocasiones. Luego comprendí que los medios eran un instrumento para engañar y crear zozobra en las personas. Aunque en el caso de Fidel, la noticia podía ser cierta, puesto que se dieron muchos intentos de asesinato en su contra desde el momento mismo del triunfo de la Revolución.
En 2004 cuando Fidel tropezó y cayó luego de haber pronunciado un discurso en la ciudad de Santa Clara, sentí un gran dolor, pero también rabia ante el manejo morboso que hicieron de la noticia los medios de comunicación. En el año 2006 su Jefe de Despacho, Carlos Valenciaga, leía una proclama escrita por el Comandante en Jefe en la cual el mismo anunciaba el deterioro de su estado de salud y la situación crítica por la que atravesaba, por lo que delegó sus funciones principales en el compañero Raúl Castro. Comprendí ahí que la muerte también formaba parte de la vida de Fidel y que algún momento nos dejaría. Ese día estuve con mi padre y compartimos impresiones en ese sentido. La tristeza nos invadía en ese instante. Pero de la desesperanza, pasamos al optimismo: Fidel saldría de esa dura prueba. Mi confianza en Raúl y su liderazgo, también era grande.
Para ese entonces había ya visitado Cuba varias ocasiones. La primera fue en el año 1992, si mal no recuerdo. Un año durísimo para la Revolución debido a la caída de la URSS, del campo socialista de Europa del Este y al endurecimiento del bloqueo criminal. En 1997 volví a la Isla. Estuve con gente muy linda en una población llamada Limonar, en la provincia de Matanzas. Para ese viaje vendí una bicicleta Primaxi y unas enciclopedias para cubrir parte de los gastos. En 2002, un primero de mayo, escuché a Fidel en la Plaza de la Revolución. Con mi padre y mi primo, muy temprano nos dirigimos al lugar de la concentración vestidos con nuestras camisetas rojas, emocionados por la trascendencia del evento y ansiosos por ver al Comandante de la Revolución.
Más tarde, luego del acto, tuve la suerte de conocer personalmente a Celia Hart, luchadora revolucionaria, de pensamiento crítico, con quien compartí vivencias muy especiales. En su casa conocí también a Percy Alvarado Godoy, el agente “Fraile” de la seguridad del Estado cubano, una excelente persona, así como a las esposas y madres de los Cinco Héroes, hoy libres después de tantos años de injusto encarcelamiento.
En el año 2000 vi por televisión a Fidel anunciar el retorno del niño Elián González a su Patria. Ese acontecimiento demostró, una vez más, la grandeza del Comandante en Jefe. La entrega y la decisión que tuvo para recuperar a Elián de las mafias de Miami lo unieron más a su pueblo. Para ese entonces, la lucha también se llevaba en otro frente con el propósito de lograr la liberación de los Cinco Antiterroristas cubanos presos en EEUU. ¡Volverán! dijo Fidel. Su sentencia se cumplió 17 años después. René, Antonio, Ramón, Fernando, Gerardo son los combatientes de la Revolución, inspirados en el ejemplo y la lucha de Fidel, que el imperialismo no pudo doblegar. El día que escuché la noticia sobre su liberación, mi alegría fue inmensa mientras conducía mi vehículo con destino a mi hogar.
Una mezcla de diversas emociones han provocado estos hechos en mi vida. Pero lo fundamental es que esas experiencias vividas han sido significativas para continuar luchando en defensa de esos valores, de esas ideas y de lo que esos hombres imprescindibles nos han enseñado.
En Quito, mi ciudad, visitaba frecuentemente la embajada de Cuba. La amabilidad era característica esencial de ese recinto diplomático. Ahí tuve la suerte de conocer a una persona extraordinaria: Armando Seara. Gracias a su impulso escribí un libro que lo titulé “El Modelo de Propaganda imperialista contra Cuba”. Se lo dediqué a Fidel y a los Cinco. El trabajo contiene un análisis sobre el papel de la industria mediática y las mentiras que han esgrimido desde 1959 contra la Revolución cubana. Fue publicado en 2005.
Mi hijo nació el 26 de enero de ese año. Lleva los nombres del Comandante en Jefe y del “Señor de la Vanguardia”: Fidel Camilo. A él también se lo dediqué. Sus nombres son homenaje a esos dos grandes revolucionarios. Fidel, mi hijo, conoció Cuba en el año 2013. Como yo, vive también enamorado de ese hermoso país. Recuerdo cuando en su escuela escogieron a su grado para que represente a EEUU en el campeonato interno de fútbol. Los padres elaboraron los sombreros del “Tío Sam”, para que los niños desfilen con ellos. Fidel Camilo se negó a llevar puesto ese sombrero y en acto de rebeldía y por el cariño a Cuba, desfiló con la gorra tejida con la bandera cubana que se había comprado en el viaje. Fidel es Fidel y nadie puede con él.
Mi sueño fue siempre conocer personalmente al Comandante en Jefe. En Quito lo vi en el teatro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en el año 2002. En Cuba, años atrás, estuve muy cerca de él en el Palacio de Convenciones. Jamás pude estrechar su mano o darle un abrazo. Mi padre estuvo con Fidel en el Palacio de la Revolución, en un acto que se dio en homenaje a un grupo de periodistas. Que experiencia más hermosa para él, que además conoció a Ramón Castro.
Armando Seara y Pedro Silvio, este último, un viejo extraordinario, miembro del Departamento América del Partido Comunista, me obsequiaban constantemente documentos sobre Cuba, principalmente los discursos de Fidel en los que explicaba la brutalidad criminal del modelo neoliberal. En mi formación política, el Comandante en Jefe ha sido primordial.
En mi búsqueda de Fidel, me dediqué a conseguir todos los videos que pude sobre él.
El film de Estela Bravo “Fidel, la historia no contada”, fue maravilloso. Cuando el Comandante llega a Sudáfrica y asiste al Parlamento de ese país, las lágrimas fluyeron por mis ojos: lo despidieron con cánticos de amor, ya que contribuyó notablemente a la liberación de los pueblos de África del criminal y racista apartheid.
Más adelante, los documentales de Oliver Stone me permitieron ver a Fidel como estadista, como un luchador incansable, decidido a defender la Revolución por encima de todo y frente a cualquier contratiempo. Él es el hombre de este tiempo y de todos los tiempos, como dijera Eusebio Leal.
En la casa-museo del extinto maestro Guayasamín, ese gran pintor, amigo sincero del Comandante en Jefe y de Cuba, la periodista Katiuska Blanco presentó una extraordinaria biografía de Fidel titulada “Todo el tiempo de los cedros”. Cuenta, como lo diría el Che, con delectación de artista, la vida de la familia de Fidel y muchas de sus aventuras, entre las que recuerdo aquella en la que tuvo que saltar de un balcón para escapar y no ser descubierto por el esposo de una amiga que él frecuentaba. Como reí con esa anécdota.
En Cuba, en 2007, una compañera del Instituto Internacional de Periodismo, José Martí, me obsequió el libro de Ignacio Ramonet “Cien horas con Fidel”. Lo leí de inmediato. Fidel es un hombre sabio. Su serenidad ha sido una de las virtudes que ha tenido para la reflexión y el accionar político. En la entrevista, hago memoria, hizo referencia al corrupto Carlos Saúl Menem, expresidente de Argentina. Este personaje insultaba a Fidel a sus espaldas, pero cuando lo tenía frente a frente expresaba lo contrario. Fidel cuenta que hasta vinos le mandaba a obsequiar desde Argentina.
Una biografía muy bien elaborada sobre Fidel es la de Néstor Kohan. Sencilla, pero profunda, publicada en la colección “Para principiantes” de la editorial Era Naciente.
Así he ido conociendo a Fidel. En mi dormitorio tengo una imagen de él más joven y de él junto a Raúl en la Plaza de la Revolución. Mi hijo tiene en su cuarto dos cuadros: uno en que está Fidel con su traje verde olivo y otra en la que está con Camilo Cienfuegos. Nuestra casa, es la casa de él también.
Hoy estoy consciente de que algún día Fidel no estará entre nosotros. Será muy duro asimilarlo, aunque él también nos ha ido preparando para su partida. Es la ley de la vida.
A sus 89 años, lo veo todavía lleno de vitalidad. Es un hombre que tiene la voluntad de seguir viviendo.
Le angustian los problemas por los que atraviesa la humanidad. Y ha escrito sobre ello con mucha lucidez. Todavía sus mensajes nos hacen reflexionar sobre la fragilidad de la especie humana, la brutalidad destructiva del capitalismo, la voracidad del imperialismo y la necesidad de luchar por un mundo mejor.
Escribí, en 2006, un ensayo titulado “Fidel: el más sobresaliente discípulo de Martí”. Él lo ha sido por todos sus méritos.
En los momentos más duros, su ejemplo nos ha permitido tener las fuerzas necesarias para seguir luchando. Sus ideas nos han aclarado el camino que debemos seguir y sus cuestionamientos nos han demostrado la necesidad de la crítica y autocrítica para avanzar.
Fidel representa, además, la esperanza de que un mundo mejor es posible. En estos tiempos donde la mercancía vale más que el propio ser humano, que también ha sido convertido en fetiche y objeto mercantil, él nos enseña el valor de la solidaridad y la amistad profunda. Así lo demostró con ese otro gigante, Hugo Rafael Chávez Frías y, de igual manera, con Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y, por supuesto, con su hermano Raúl Castro.
En este 13 de agosto, querido Fidel, día de tu cumpleaños, te deseo lo mejor.
Felicidades querido padre, maestro y guía revolucionario.
Quito, 13 de agosto de 2015