¿PROCESO ELECTORAL ILEGITIMO?

17.08.2015 07:43
Miguel Ángel Sandoval
 
Vivimos una encrucijada. Las reformas a la ley electoral están de alguna manera secuestradas por dos partidos políticos, mayoritarios en el congreso. A ello se puede sumar, sin temor a muchas equivocaciones, el rol nefasto de las cortes de justicia y constitucional, que son antes que organismos de justicia, instancias de la impunidad en sus múltiples variables.  Frente a estos poderes las movilizaciones sociales aun parecen poco fructíferas.
Ante ello el discurso que consiste en considerar los procesos electorales como algo viciado, ilegitimo, propio de la “democracia” que impulsa la oligarquía y sus aliados de toda la vida. Sea a nivel nacional o internacional. El análisis de los proceso sociales que demandan apertura real, democrática y participación no cuenta para nada. Las pruebas de la corrupción menos, pues finalmente, dicen, se trata de temas que corresponde juzgar a los órganos jurisdiccionales. La forma, menos el fondo de las cosas.
Pero resulta que hoy en nuestro país, el fondo va mucha más allá de las formas. Las elecciones sobre las que siempre tuvimos dudas hoy sin las reformas se revelan como carentes de legitimidad. Aunque en verdad, siempre han tenido su cuota de ilegitimidad, pues sin chequera y sin una ley democrática, difícilmente hay acceso parejo, diverso, de los diferentes sectores que componen el arcoíris ideológico y político de nuestro país.
Desde la firma de la paz insistí que la transición democrática era excluyente. Se había quedado la izquierda fuera y los pueblos indígenas ni siquiera fueron tomados en cuenta. Es ahora que la izquierda y los pueblos indígenas participamos, pero es ahora que se habla de falta de democracia.
Es cierto que la Cicig destapo la cloaca, y es cierto también que la gente salió a las calles de la capital y los departamentos para exigir el fin de la corrupción y la impunidad y plantear varias reformas, que por cierto son parte de las planteadas en los Acuerdos de Paz.
Pero ahora, una cuestión importante para quienes debatimos sobre la legitimidad o ilegitimidad del actual proceso electoral: la lucha por el poder local está abriendo cauces importantes a la democracia. ¿Podemos abandonar a su suerte estos esfuerzos? ¿O la legitimidad del proceso electoral por una ley que siempre existió a pesar de las recomendaciones de los acuerdos de paz, es suficiente para anular los esfuerzos que están a punto de coronar con éxito en muchos municipios de los departamentos del país?
Las consignas  no van al fondo de los procesos sociales, especialmente cuando pecan del mismo urbano centrismo que nos ha limitado la visión nacional. El escritorio es un momento valido de la reflexión política, pero no sustituye a los actores reales ni a los procesos reales. Las elites cuentan y a veces bastante, pero los procesos sociales no son autoría de éstas.
Cuando veo movilizaciones masivas en varios departamentos como Huehuetenango, Sololá, San Marcos, Alta Verapaz entre otros, me entran dudas sobre quien puede llevar razón en el debate sobre la legitimidad del proceso electoral. En un caso es la idea de reformas a una ley, de posposición de fechas, en otro lado, son movilizaciones masivas que buscan conquistar espacios reales de poder. La duda persiste.
En esta perspectiva me parece necesario incorporar en la visión urbana la lucha a brazo partido de los municipios del país, mientras que los municipios deben incorporar como ya lo han hecho, las demandas para que las reformas se hagan de forma urgente. Se valen los emplazamientos públicos y las movilizaciones para conseguir los dos objetivos: cuotas de poder real y las reformas que amplíen los espacios democráticos en leyes como la electoral que en verdad es pre democrática, y solo buena en una época, para salir de la tutela militar de la dictadura que desaparecía, pero sin dar lugar de manera efectiva a una democracia de contenidos reales.
En la coyuntura actual, me parece que la presión sobre el congreso debe continuar, acentuarse, volverse visible, y si es necesario, forzar a los diputados para que aprueben la ley electoral y las otras pendientes. Es la hora de reformas y es tiempo de la izquierda. La real, la que forma parte de las movilizaciones, no la virtual, aquella que se sueña, vestida de primera comunión.
Desde la juventud aprendimos que la lucha social era difícil, sin tregua ni descanso, y sobre todo, que era realizada por hombres y mujeres reales, con sus luces y sus sombras, y que tenía lugar en sociedades concretas. Es ahora un momento de tener en cuenta estas verdades.


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